La arquitecta anglo-iraquí diseña en Manchester una sala de música de cámara
ANATXU ZABALBEASCOA – Madrid – 18/07/2009
Le ha costado 30 años, pero, finalmente, Zaha Hadid (Bagdad, 1950), la arquitecta más famosa del mundo, dejará su huella en el Reino Unido, el país que la ha visto formarse y crecer profesionalmente pero que, hasta hoy, parecía resistirse a verla triunfar. Aun así, lo hará con un edificio pequeño, un inmueble sin lugar, un auditorio de tela, una sala de música de cámara ideada para escuchar a Bach y levantada en medio de un museo…. durante el breve periodo de apenas dos meses que dura el Festival Internacional de Verano de Manchester. Muchos inconvenientes convertidos en un nuevo reto para esta arquitecta acostumbrada a lo difícil.
Hadid tenía 25 años y un pasado como hija de un ministro socialista iraquí cuando aterrizó en la Architectural Association de Londres, donde, bajo la tutela de Rem Koolhaas, creyó que la arquitectura podía cambiar el mundo. Durante años no fueron sus edificios sino sus osados dibujos los que cambiaron su suerte. Famosa antes de construir por sus propuestas escultóricas, consiguió levantar su primera obra cuando ya era conocida en todo el planeta.
Eso sí, el despegue profesional lo logró con edificios poco protagonistas: un aparcamiento de tranvías en Estrasburgo y una pista de saltos de esquí. Fue suficiente para comenzar a acumular premios, desde el Mies van der Rohe de la Unión Europea al Pritzker, que distingue a los mejores del mundo. Entre tanto, en su país —es ciudadana británica desde hace casi 30 años— se hartaba de perder concursos. O peor aún, de ganarlos sin que le dejaran construirlos.
Hoy, con obra en Estados Unidos, Alemania, Japón o España, con piezas de diseño exclusivo en las más reputadas empresas de lujo (de Chanel a Louis Vuitton), con un sin número de brillantes ejercicios efímeros (del pabellón itinerante de la misma Chanel a las escenografías de Pet Shop Boys) y con proyectos en Abu Dhabi, Roma, Madrid (Ciudad de la Justicia) y Barcelona (Torres Espiral en el Campus Interuniversitario), a Hadid no le ha bastado con ser la arquitecta más famosa del mundo para conseguir el reconocimiento en casa. Sin embargo, la atención de su país podría obtenerla ahora, gracias al bucle inusitado del nuevo auditorio temporal levantado para el Festival Internacional de Manchester.
En la línea del auditorio que ideara para Abu Dhabi —curvo y sinuoso frente a sus angulosos primeros encargos—, el proyecto de Manchester es, en realidad, poco más que una escenografía ingeniosa. Con capacidad para 600 personas (sentadas en sillas Panton negras, las favoritas de la arquitecta, y —de plástico y curva— atípicas en una sala de música), la obra es una cinta de tela sujeta por una estructura metálica. Parece una carpa, pero tiene la belleza de un trazo lineal depurado. Además, encierra investigación y osadía: la fibra sintética cuida de la acústica de los conciertos de cámara que acogerá: la reverberación no es ni larga ni corta, ideal para escuchar a Bach.
Con todo, la acústica no ha sido el mayor reto. Levantado en medio del Museo de Arte de Manchester, el bucle de Hadid llega para quedarse, aunque sea en la memoria de quienes, hasta el 31 de agosto, pueden visitarlo gratuitamente. Le ha costado mucho levantarlo. Con todos los premios posibles en las estanterías de su estudio, hace años que a esta diva cosmopolita le obsesionaba el reconocimiento local, el aplauso de los suyos, la inclinación de cabeza del establishment británico. Así, Hadid disfrutó de la inauguración de este pequeño auditorio como el mayor de sus logros.
Mientras lo habitual entre los arquitectos es añorar construir lejos y triunfar por el mundo, esta proyectista se desesperaba por lograr el reconocimiento británico. Finalmente, ha sido en una ciudad alejada del ombligo londinense y con un trabajo aparentemente menor, de vocación temporal. La osadía merecía un ensayo en provincias, pero el paso está dado. Hadid ha triunfado en casa.
FERNANDO DELGADO 28/07/2009
A la gente le cuesta aceptar a veces los proyectos bien pensados para la ciudad con carácter novedoso, pero cambia su opinión sólo con darse tiempo para hacerlos suyos. Y los hace suyos, de un modo casi inconsciente, por la costumbre. No supe cómo transmitirle esta convicción al taxista que no gustaba del templete de Sol, pero mantengo la esperanza de que él, como tantos otros, llegue a entenderlo por su cuenta. Nuestra mirada se educa sin recibir instrucciones. Y en el caso del templete de Sol me tranquiliza que se trate de un proyecto de Antonio Fernández Alba. Todo proyecto suyo, y éste no será una excepción, responde a la condición de espacio donde verdaderamente estar o por el que transitar. Se trata de un atributo de su obra, una obra en la que la belleza no está sola.
Cuando conocí a Fernández Alba, entre los iconoclastas del grupo El Paso, cómplice sosegado él de aquella aventura artística contemporánea, no lo imaginé nunca como un académico, y menos de la lengua. Pero hace unos años fue el encargado de recibirle en la Academia su amigo Emilio Lledó, que comparte con él una misma pasión por pensar. Y no es una mera casualidad que sean amigos ni que además de amigos sean cómplices. De ahí la oportunidad de que sus discursos resultaran coincidentes y complementarios la tarde en que el arquitecto llegó a la Academia. El de Fernández Alba, porque su visión del mundo no es un ejercicio de narcisismo intelectual, sino una desesperada revisión de la esquizofrenia contemporánea, y el de Lledó, porque busca en lo humano la desnuda verdad sin pamplinas, y con su certero retrato del nuevo académico no ofrecía un currículo, sino un modelo ético de los que tan necesitados estamos. Posee además Fernández Alba, como explicó Lledó con brillantez, una visión melancólica de la ciudad en la que no falta la piedad -qué hermosa palabra y desusado concepto- ni la amistad con los otros.
Es difícil, sin embargo, hacer llegar a los ciudadanos la poética con que nuestro arquitecto explica ahora que estas cúpulas madrileñas representan la villa que fue y la metrópoli que es y que buscaba en ellas un caleidoscopio urbano que acogiera el movimiento y tuviera la intención de acoger el tiempo. El arquitecto humanista conoce bien el valor de los símbolos, los nuevos y los viejos, y como ha hecho en esta ocasión sabe enmaridarlos. Sus definiciones no buscan un eslogan para la complacencia ciudadana. Él transita por la palabra, enamorado de ella, para tratar de explicarse con sentido crítico al ser urbano; quiere con las palabras salvarse y salvarnos del caos y el eclecticismo que reconoce en la ciudad moderna. Pero precisamente por todo lo anterior, no participo de su idea de que en Madrid se impone una cierta falta de tradición urbana que posee Barcelona y que han ido incorporando con aciertos otras ciudades españolas. Lo que pasa aquí es que todo cambio se somete a un debate con frecuencia estéril en el que logran tener más voz los gustos conservadores y castizos. Y esos gustos son a veces alimentados por una falta de pedagogía estética, incluso por la concesión que impone cierto cansancio en las determinaciones urbanísticas sobre los atrevimientos, con sus correspondientes demagogias y algaradas irreflexivas que permiten el triunfo de la conservación no razonable sobre el cambio, acaso por no darle al cambio los días que la razón requiere. En los tiempos en que Juan Barranco fue alcalde tembló Madrid por la sustitución de unas farolas en Sol y, como no se trataba de hacer un referéndum para sostenerlas, fueron eliminadas. Pero tal vez aquel rechazo, y no recuerdo ya ni cómo eran las farolas, no pasaba de responder al empeño de un grupo de presión que terminó imponiéndose a la gente que repetía sus argumentos. Decir, pues, que la estación de cercanías de la Puerta del Sol es «la joya de la corona», como dijo el presidente Rodríguez Zapatero en los entusiasmos inaugurales de la obra, y repitieron con similar satisfacción los telediarios, puede resultar una anacrónica definición de un espacio tan moderno y hermoso como aquél. Pero se comprende que el presidente, que además hablaba de la estación como servicio logrado, tratara de entusiasmar con la frase hecha a esos madrileños renuentes a toda «novedad como principio de evolución» que ven en las cúpulas madrileñas una invasión de la plaza o el peligro de que Sol deje de ser Sol, tan emblema de Madrid para ellos como la misma Cibeles.
Madrid, a pesar de todo, no ha escapado a la arquitectura espectáculo, que suele atraer al común con cierta facilidad, pero es de celebrar que la austeridad de Fernández Alba haya constituido la apuesta para renovar la capital en su propio corazón simbólico. Su obra crea valor añadido, merece la pena como emblema, responde bien al espíritu de esta ciudad fusión.
Sintético o natural, un aire vegetal arropa edificios de todo el mundo
ANATXU ZABALBEASCOA – Madrid – 16/06/2009
Lo hemos visto en el paisajismo. Ya no se trata de recortar boj para formar escudos ni de sembrar parterres con flores en las que brillen los colores nacionales. El arte topiario quedó muy atrás y un nuevo paisajismo, más reparador que decorador, prolifera en las ciudades. Así, mientras la reconversión de zonas industriales en espacios verdes lleva árboles a los extrarradios urbanos, el centro de las ciudades clama por espacios sombreados, húmedos y verdes.
En Seúl, el arquitecto coreano Minsuk Cho, del estudio Mass Studies, envolvió la tienda de la diseñadora de moda belga Ann Demeulemeester con un manto de musgo. Consiguió así una fachada viva que convierte el edificio en un pequeño generador de oxígeno. Minsuk Cho (1966) es un arquitecto global. Tras formarse en Seúl, estudió en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y luego trabajó en Rotterdam para Rem Koolhaas y su estudio OMA (Office of Metropolitan Architecture). Sin embargo, más que en Holanda, fue en el periplo de sus viajes de estudio y trabajo donde Cho aprendió a construir lo inesperado, a saber ver donde más cuesta hacerlo. Así, en este pequeño inmueble ha sabido llevar naturaleza donde ésta no parecía caber ni tener cabida.
También el centro de Tokio es un lugar reñido con la vegetación. Por eso dos tokiotas de adopción como la italiana Astrid Klein (1962) y el británico Mark Dytham (1964) optaron por dibujar cañas de bambú para levantar una sombra, una pantalla protectora, contra el exceso de sol. Su edificio-anuncio, en el centro de la capital nipona, tiene la fachada de vidrio cubierta por una pintura blanca y rota. Lo serigrafiado allí no son, en realidad, cañas de bambú sino la ausencia de las cañas, su vacío: los huecos de los tallos y las hojas del bambú sobre el fondo blanco. De este modo, recortando siluetas transparentes sobre la fachada blanca, esos vacíos dejan ver la luz verde del muro interior del edificio. El serigrafiado funciona así como una doble cara: sombrea el interior del edificio y agranda la mancha verde exterior sumándose a la vegetación del jardín.
Pero no todo es naturaleza versionada y posmoderna. También el primitivismo tiene cabida en la nueva arquitectura verde. La nostalgia y la levedad se dan la mano en un puente peatonal levantado por un catalán en Austin (Tejas) que recuerda más a un ingenio construido por Tom Sawyer y sus compinches que a una pasarela de vanguardia. Juan Miró (1964) es un barcelonés que se graduó en Madrid y estudió en Yale. En Estados Unidos conoció al puertorriqueño Miguel Rivera. Juntos forman uno de los estudios más sugerentes de Austin. Allí, su pasarela de acero oxidado está inspirada en los manglares que colonizan las orillas del río. Este puente no es una línea: la irregularidad de las barandillas se funde con un paisaje de ramas y arbustos.
Los trabajos de Miró y Rivera, Dytham y Klein y Mass Studies reconsideran lo que podría ser la arquitectura verde. Todos han sido seleccionados entre los 100 mejores proyectos de los últimos tiempos por un grupo de 10 críticos internacionales convocados por la editorial Phaidon. Es la tercera vez que esta editorial británica encarga a expertos de diversos países el canon de la última arquitectura internacional.
F. S. – Valencia – 28/05/2009
Aaron Bestsky, (Montana, Estados Unidos, 1958), comisario de la Bienal de Arquitectura de Venecia, organiza la muestra ‘Los confines del tiempo’ intentando dejar de lado el concepto arquitectónico. «Tiene que ver más con las fronteras, de traspasarlas, de ir más allá de los confines».
Pregunta. ¿De qué parte?
Respuesta. Estaba muy interesado en exponer algo que rechazase las fronteras, que las evitase, que no estuviese de acuerdo con ellas. Por eso también tiene un tinte político, pero sin ser retórico.
P. ¿Los arquitectos olvidan hacer obras habitables, usables?
R. No sé lo que hacen los arquitectos en general. Pero estoy muy interesado en esos artistas y arquitectos que se plantean cómo poder plasmar su obra dentro del mundo real en el que vivimos, con todas las implicaciones políticas o sociales que puedan tener. Esta idea es la que presenté en la Bienal.
P. Pero cada vez reciben más críticas. ¿Le preocupa?
R. Estoy más preocupado por esos edificios feos, poco pensados, mal concebidos que además son un gasto y un desperdicio, que por las grandes extravagancias artísticas que está haciendo alguien como Santiago Calatrava.
P. ¿En el pasado era mejor?
R. No debemos confundir la arquitectura con la construcción. Si pensamos cómo un arquitecto establece las relaciones sociales, las jerarquías políticas al crear algo nuevo, vemos que es algo distinto de construir un edificio. Los buenos arquitectos siempre se han preocupado de pensar en todas las implicaciones, en la forma estética y en el futuro de sus obras.
P. ¿Qué artistas están abriendo campos inexplorados?
R. Muchos. Que haya tantas personas a las que admiro es la razón por la que me involucro en estos proyectos. En esta exposición no hay muchos arquitectos, otros artistas puedan explorar la arquitectura a través de la pintura, la escultura e incluso de la fabricación de muebles.
El jurado destaca el «original dominio del espacio, la luz y la materia» del arquitecto británico
IKER SEISDEDOS – Madrid – 20/05/2009
Norman Foster, uno de los arquitectos más influyentes del mundo, es el nuevo premio Príncipe de Asturias de las Artes. Con este galardón, la Fundación que otorga los premios reconoce la capacidad de la arquitectura para definir nuestro tiempo y hacer avanzar la cultura. Foster se suma de esta manera al firmamento de las estrellas de talla mundial que han recibido la distinción, como Margaret Atwood, Oscar Niemeyer, Paul Auster o Woody Allen, entre otros.
El jurado de la Fundación Príncipes de Asturias ha calificado a Foster como «arquitecto de la era global» cuya obra tiene un «alcance universal» con un «original dominio del espacio, la luz y la materia». «Su obra destaca por el compromiso constante con los valores más nobles de la arquitectura, la actitud abierta a la innovación, la orientación a la calidad en todas las fases del desarrollo de un proyecto, el interés por aplicar los avances de la tecnología, la dimensión global de su actividad profesional y la sensibilidad hacia los principios del desarrollo sostenible», destaca la Fundación.
«Estoy emocionado por recibir el Premio Príncipe de Asturias. Es un enorme honor y un maravilloso reconocimiento de la importancia del diseño como catalizador en la mejora de la calidad de la vida», ha señalado el arquitecto mediante un comunicado.
Su esposa, la española Elena Ochoa, comunicó mediante un mensaje electrónico que estaban -en el momento de producirse la noticia- en el palacio de Buckingham, donde asisten al almuerzo anual de la reina Isabel II con los miembros de la Orden del Mérito, tras lo cual el matrimonio Foster tiene previsto viajar a Nueva York, informa Efe.
Junto al arquitecto británico, eran finalistas la actriz Vanessa Redgrave, el cineasta Carlos Saura, el escultor Richard Serra, el cantautor Joan Manuel Serrat y el compositor Cristóbal Halffter. La seis candidaturas, que ya han sido propuestas en todos los casos en ediciones anteriores, fueron seleccionadas en la primera reunión del jurado, celebrada el martes, entre las 26 candidaturas que se habían presentado a este galardón procedentes de 11 países.
Lord Foster (Manchester, 1935), premio Pritzker de arquitectura, es autor, entre otros iconos de la arquitectura mundial, de las torres Hearst (Nueva York), The Gherkin (Londres), la Torre de Caja Madrid (Madrid) y el Metro de Bilbao, así como del aeropuerto de Pekín, acaso la obra más impresionante de su carrera, capaz de absorber 60 millones de viajeros al año y que supuso una inversión de 2.800 millones de dólares.
Con Allen, Barceló y De Lucía
Estudió arquitectura en la Universidad de su ciudad natal y completó sus estudios con una beca en Yale. De regreso en Inglaterra, Foster trabajó primero con Richard Buckminster Fuller para fundar, en 1965 el estudio de arquitectos Team 4, que dos años después se transformaría en Foster and Partners. En sus primeros años lo formaban su primera esposa Wendy -desde 1996 está casado con la psicóloga Elena Ochoa-, Richard Rogers y la esposa de éste, Sue. Los proyectos iniciales de Foster se caracterizan por un marcado estilo High-tech o de alta tecnología, aunque con los años las las líneas de sus edificios se suavizan, sin perder nunca su sello industrial.
Foster fue nombrado caballero en 1990 y en 1997 se le impuso la Orden de Mérito. En 1999, la reina Isabel II le otorgó el título nobiliario vitalicio de Barón Foster de Thames Bank (Lord Foster of Thames Bank). También ha recibido varios de los más importantes premios de arquitectura, como la medalla de oro del instituto americano de arquitectura y, en 1999, el premio Pritzker, al que suma ahora el Príncipe de Asturias.
El Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela fue el último galardonado con este honor, con el que también han sido distinguidos Bod Dylan, Woody Allen, Miquel Barceló y Paco de Lucía. El Premio de las Artes, al igual que los otros siete galardones que concede la Fundación Príncipe de Asturias, está dotado con 50.000 euros y será entregado por don Felipe de Borbón en una solemne ceremonia que se celebrará a finales de octubre en el teatro Campoamor de Oviedo.
El premio, en el blog de Juan Cruz.
TRIBUNA: SANTIAGO ÍÑIGUEZ DE ONZOÑO
El rector de la IE Universidad valora la concesión a Norman Foster del premio Príncipe de Asturias
SANTIAGO ÍÑIGUEZ DE ONZOÑO 20/05/2009Hay que sacrificar algunas de las vacas sagradas de la arquitectura», me comentaba recientemente con cierta ironía Sir Norman Foster, refiriéndose a algunas creencias generalizadas, en un encuentro en el que hablamos de la enseñanza de la arquitectura y de la profesión de arquitecto. Entre esas vacas sagradas se encuentra la convicción de que diseño y economía están reñidos, que el desarrollo de un gran proyecto no se puede completar en presupuesto y plazo, algo frecuente en la ejecución de obras del estrellato arquitectónico actual. Ciertamente, ya no nos sorprendemos al conocer que la construcción de una importante infraestructura pública, o un gran edificio, haya multiplicado el gasto previsto en más del triple. Por el contrario, algo de lo que presumen Sir Norman y su firma -Foster and Partners- es cumplir con los términos económicos y temporales acordados.
Los arquitectos que han trabajado en vivienda social, el verdadero test que pone a prueba capacidad de diseño y limitación presupuestaria, conocen la importancia de esos aspectos que a veces se desprecian. También Sir Norman ha experimentado personalmente la necesidad de combinar eficiencia y excelencia, habilidades que conjugó cuando cursaba arquitectura en Manchester y necesitaba trabajar para costearse sus estudios. Sigue pensando que esta experiencia fue buena para su formación como profesional y que es recomendable para todos los universitarios.
La concesión del premio Príncipe de Asturias de las Artes a Sir Norman es un reconocimiento a la calidad, la innovación y la globalización en la arquitectura moderna, pero también a la deontología de la profesión de arquitecto. Significativamente, los buenos arquitectos han sido inteligentes pero modestos, y muy próximos a sus clientes. A este respecto, Sir Norman, de nuevo, es un ejemplo. Es una de esas personas inteligentes que, al conocer a un nuevo interlocutor, escucha un buen rato antes de formular su opinión.
Sir Norman es un arquitecto prolífico, con una dilatada carrera proyectada y construida en todos los continentes, también presente en España en obras como la emblemática Torre de Collserola en Barcelona, el Metro de Bilbao o, más recientemente, la Torre Caja Madrid. Su buena forma física le permitirá continuar involucrado en el ejercicio especulativo y práctico de la arquitectura. Esta buena forma tiene que ver, probablemente con su afición por la práctica del ciclismo, con su balance entre vida profesional y privada, y con la excelente sinergia personal que mantiene con Elena Ochoa, The Lady, como se refiere ella cuando no está presente. Conjuntamente, siguen emprendiendo interesantes iniciativas en el ámbito de las artes. La profesión de arquitecto está por reinventar y Sir Norman tiene todavía mucho que aportar.
Santiago Íñiguez de Onzoño es rector de la IE Universidad
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El triunfo del arquitecto global
Norman Foster obtiene el galardón por su inconfundible obra, repartida en los cinco continentes – «La crisis no debería afectar a nuestro oficio», asegura
ANATXU ZABALBEASCOA – Madrid – 21/05/2009Yates y rascacielos, el nuevo autobús de Londres y el mayor aeropuerto del mundo. No hay escala ni continente que se le escape al nuevo premio Príncipe de Asturias de las Artes. El arquitecto Norman Foster (Manchester, 1935) cree que «todo forma parte de lo mismo. El mundo entero me interesa», dice. Es ese trabajo, ambicioso y meticuloso a la vez, lo que lo ha convertido en el paradigma del arquitecto global. Es el proyectista más internacional de todos los tiempos. El 80% de sus estaciones, rascacielos, aeropuertos y puentes se levantan lejos de su país: de Argentina a Qatar, de China a Marruecos. Y trabajar en cualquier lugar del planeta cambia algo más que la vida de Foster. Cambia también la arquitectura. Fiel a su imagen de profesional inquieto, contesta a las preguntas de EL PAÍS desde el avión que lo traslada a Nueva York.
-¿No estará pilotando?
-No. En esta ocasión no puedo. Tengo trabajo.
Explica que ya no vuela tantas horas al mes como hace años. Aún así, durmió en Madrid, despegó en Londres y pasará la noche en Manhattan. «Dado su prestigio y mis conexiones con España [está casado con Elena Ochoa y suyos son el metro de Bilbao, la torre de Caja Madrid o el futuro Camp Nou] es un gran honor recibir el Príncipe de Asturias». Lo dice un hombre que, del Pritzker para abajo, parece tener ya todos los premios y que sigue recibiendo, y aceptando, una media de un galardón cada tres meses.
-Tras Niemeyer, Sáenz de Oiza y Calatrava, es el cuarto arquitecto que recibe el galardón. ¿Qué le parece la compañía?
-Niemeyer me parece un Héroe. Y el premio, un reconocimiento para la arquitectura. Yo creo en su poder transformador.
Él mismo, uno de los pocos proyectistas fiel a un estilo -el high tech– y a una manera -cartesiana y tecnificada- de pensar la arquitectura, se ha transformado a lo largo de los años. En su primera década en activo -los setenta- concluyó tres proyectos. En lo que va de siglo ha rubricado 100. ¿Cómo afectan esos números a su obra?
-La arquitectura es una larga espera. La semana pasada nos aprobaron el urbanismo de Duisburg, en Alemania. Hace 19 años que ganamos el proyecto. Y sólo ahora comenzaremos a plantar árboles. Los números engañan.
Más números. Tiene 74 años y no piensa descansar: «Otra vida sería tremendamente aburrida». En 40 años de profesión sus retos han cambiado. De ensayar nuevas tecnologías constructivas pasó a preocuparse por los inquilinos de los edificios, para que tuvieran luz natural y zonas de recreo. Es lo que hizo en su Hong Kong & Shanghai Bank, por entonces, 1986, el edificio más caro del mundo: «La arquitectura es cliente y usuario. Determina la calidad de vida de las personas».
Hoy sus retos parecen tener más que ver con el tamaño. Suyos son el mayor aeropuerto del mundo -Pekín- y el puente Milleau -en Francia-, de 2,46 kilómetros. Pero en ese difícil equilibrio entre lo grande y lo pequeño, los jefes y los empleados, Foster ha aprendido a aterrizar en cualquier sitio.
«Puede que cuidar la construcción de 100 edificios sea más complicado que vigilar la de tres. Pero Foster siempre construye mejor que el 95% de los arquitectos del mundo», declaraba hace pocas semanas a este diario el arquitecto indio Charles Correa. India es uno de sus nuevos retos: «Un mercado nuevo», explica. La terminología empresarial es también marca de la casa. El año pasado, The Sunday Times colocó a Foster & Partners a la cabeza de las empresas privadas con mayores beneficios. Desde el avión asegura que la crisis también le ha afectado: «Tal vez menos que a otros porque seguimos ganando concursos y estamos acostumbrados a diversificar los proyectos».
Sus propios edificios entienden de economía. Son caros, pero resultan formalmente económicos. Discretos y alejados del espectáculo, buscan más la sólida solvencia que la sorpresa. Ninguno de sus casi 500 trabajos construidos contiene excesos gratuitos, «por eso en épocas de crisis no tenemos mucho de donde quitar». No cree que la crisis vaya a cambiar la arquitectura: «No debería. Las necesidades de la arquitectura son constantes. Son las de la gente». ¿Cree que la idea de arquitectura del Príncipe de Asturias difiere de la del Príncipe de Gales? «Eso debería hablarlo con ellos», bromea. Minucioso y preciso, prolífico, y discreto, Norman Foster no pone jamás una pieza fuera de sitio.