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Recibe título de Doctor Honoris Causa prestigioso arquitecto cubano
agosto 8, 2007, 3:57 pm
Filed under: Cuba, Segre


Fue conferido al Dr. Roberto Segre Prando, por el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, al que se ha mantenido vinculado desde su fundación

Por: Mario Cremata Ferrán, estudiante de Periodismo

Correo: digital@jrebelde.cip.cu

08 de agosto de 2007 00:00:00 GMT

Cuando se está frente a él se confirma que es «grande». Por esta razón sorprende su humildad. Aunque no enmascara sus raíces europeas (nació en la ciudad italiana de Milán el 14 de octubre de 1934), el hecho de haber emigrado muy niño aún a la Argentina, seguramente motivó su identificación plena con los habitantes del Nuevo Mundo.

Discípulo aventajado de los italianos Bruno Zebi y Giulio Carlo Argan, así como del maestro cubano Fernando Salinas, el arquitecto Roberto Segre Prando es uno de los más prestigiosos historiadores y críticos de la Arquitectura a escala global. Acaba de recibir el título de Doctor Honoris Causa del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, institución a la que se ha mantenido vinculado desde su fundación.

A la ininterrumpida faena docente en numerosas universidades, el experto suma una vasta producción intelectual y científica donde sobresalen los volúmenes Diez años de Arquitectura en Cuba Revolucionaria (1970); América Latina en su arquitectura (1975), fruto de un proyecto auspiciado por la UNESCO; Arquitectura y urbanismo de la Revolución Cubana (1989); América Latina, fin del milenio: raíces y perspectivas de su arquitectura (1991) y Arquitectura Antillana del Siglo XX (2003).

Él mismo reconoce que su interpretación de la realidad del contexto latinoamericano se esclareció durante una estancia en Brasil, justo antes de viajar a Cuba en 1963, seducido por la naciente Revolución Cubana, con el propósito de convertirse en académico y «concebir la historia como un instrumento para transformar el mundo».

Ya desde esa época se fue perfilando, a manera de sana complicidad, la relación entre el profesor y la asignatura predilecta; entre el estudioso y su campo de acción; entre el arquitecto y la defensa de los valores estéticos, sociales y culturales de la arquitectura, sin desviarse un milímetro de esa vocación primigenia que marcaría su destino. «Porque no hay futuro sin pasado, no hay innovación sin tradición, no hay arquitectura sin cultura…».

—¿Por qué ese interés latente en sus textos de historiar el devenir cubano a través de sus edificaciones?

—Cuando tenía 18 años entré en la Universidad de Buenos Aires con el anhelo de ser historiador. Me apasionaba esta materia, pero cuando descubrí la historia de la arquitectura y del arte, los monumentos y las manifestaciones artísticas, supe que el destino de mi vida era ese. De igual forma me sucedió cuando descubrí a Cuba, en 1963, y debí ocupar el vacío del venerable maestro Joaquín E. Weiss, quien acababa de jubilarse. Me enamoré de todo lo que aquí se levanta y decidí que esa era mi función.

—Investiga un tiempo en Río de Janeiro y da clases otro tanto en La Habana…, ¿dónde vive por fin?

—Hace unos años me invitaron a formar un departamento de Urbanismo en Río de Janeiro. Allí trabajo e investigo junto a un equipo de jóvenes fantásticos. En realidad estoy aquí y allá. Soy profesor de la CUJAE, vengo a dar mis cursos y viajo al Brasil, pero mi casa y mi familia son cubanas.

—¿Cómo ha podido dominar la historia y los secretos que guardan las construcciones habaneras?

—Nunca he sido especialista en arquitectura colonial. Toda mi vida la he dedicado a la modernidad, lo que explica todos mis libros sobre la arquitectura de la Revolución Cubana. Lógicamente, aunque mi objeto de estudio es el siglo XX, he tenido que escribir sobre la etapa anterior.

«Años atrás me dediqué a estudiar las fortalezas coloniales cubanas e hice un trabajo que abordó precisamente la significación de ese sistema de fortificaciones para el área del Caribe. También hice una historia de La Habana, que se publicó en Cuba, pero en general, la mayor parte de mi producción ha sido sobre la arquitectura moderna. Entonces, cuando hablamos de lo moderno, no hay muchos secretos (sonríe)».

—¿Acaso ha dialogado con sus piedras?

—Más que todo he conversado con la gente y con las obras, mirándolas con detenimiento. Mi propósito es el análisis, la lectura y la interpretación de la arquitectura como un fenómeno artístico, estético y cultural. Aunque no se puede hablar de la arquitectura sin la significación técnica, uno puede ser historiador sin ser crítico, pero un crítico no puede serlo sin ser historiador.

«De cualquier manera, más que un historiador me considero un crítico de la arquitectura. Muchos historiadores se documentan y escriben, pero no dan juicio alguno. En mi caso sí emito criterios sobre las obras, razón que me ha traído no pocos problemas».

—¿Cuáles son las principales similitudes que existen entre la arquitectura cubana del siglo XX y la del resto de las Antillas?

—En mi libro Arquitectura Antillana del Siglo XX establezco por épocas las semejanzas y diferencias respecto a Cuba. Por supuesto que existen incompatibilidades. Podemos decir que La Habana es la ciudad menos caribeña; en cambio Santiago de Cuba lo es más, porque se acerca a las construcciones de madera típicas de Santo Domingo. Y, bueno, la arquitectura ecléctica como esta (señala los edificios que rodean la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana) está presente en todas las islas, al igual que la moderna.

«Hasta 1959 en Cuba hay un proceso más o menos paralelo. Después tuvo lugar una ruptura, porque el capitalismo tiene otra dinámica, otro ritmo. Ahí es donde se distancia un poco el desarrollo cubano respecto a los demás países del Caribe.

«Me preocupó siempre el hecho de que Cuba se trataba como un fenómeno aislado y tuve la certeza de que era un error distanciarla de América Latina. En general el Caribe quedaba siempre como algo ajeno, y traté de hacer la conexión de ambos polos.

«Cuando en 1985 obtuve una beca por la Fundación John Simon Guggenheim, de Nueva York, que fue la que me permitió viajar por todo el Caribe, me sorprendió que al llegar a Puerto Rico y preguntar si conocían a los arquitectos dominicanos me dijeran que no. En República Dominicana, justo al lado de Haití, tampoco conocían a los profesionales haitianos. Pienso que en esos viajes, después de contactar a toda esa gente y relacionarme con ellos, abrí de cierto modo ese vínculo».

—¿Refleja la arquitectura el rostro de los pueblos?

—Definitivamente sí, porque la arquitectura es el elemento o la expresión cultural más estable y