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El no-arco
abril 21, 2009, 12:25 am
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Opinión
Miquel Adrià

El Gobierno Federal y el local
se pusieron de acuerdo. Convocaron
el concurso de un anteproyecto
para la construcción de
un Arco conmemorativo de la celebración
del Bicentenario de la Independencia
de México. La ubicación
propuesta para este proyecto es el
Paseo de la Reforma de la ciudad de
México, en la plaza delimitada por
la Secretaría de Salud, la Puerta de
los Leones del Bosque de Chapultepec
y Parque del Ariel a un costado
de donde hoy se levanta la Torre
Mayor. Este Arco debiera ser –para
los convocantes, según rezan las
bases del concurso– un “hito urbano-
arquitectónico, emblemático del
México Moderno y un espacio de
conmemoración en el Paseo de la
Reforma como remate del trazo original
de la avenida”.
El presidente quería un arco y
nadie le dijo que lo que se necesitaba
eran otras cosas, más sociales,
más democráticas. Que lo que para
los romanos o para Napoleón tenía
sentido, en el siglo 21 existen otros
instrumentos para comunicar y para
servir a la sociedad, que de eso
se trata. Nadie le dijo al emperador
que no tenía traje.
Treinta y siete arquitectos fueron
invitados a proponer un arco (o
un no-arco).
De los treinta y siete arquitectos
invitados sólo Alberto Kalach declinó
la invitación y otro renunció
por conflicto de intereses. Los demás
se pusieron de acuerdo para
participar en el concurso de un arco
con la condición de que pudiera ser
un no-arco, en el paseo de la Reforma
pero que pudiera ser en otro lugar.
Que los dejaran jugar sin arriesgar
sus atractivos honorarios, que si
bien a algunos quizá no les alcanzó,
a otros los habrá librado de más de
un mal mes.
La amnesia colectiva hizo olvidar
antecedentes tan frustrantes
como los concursos del Zócalo, la
casa de las Ajaracas o la plaza del
Bicentenario, donde convocatorias
similares aunaron las voces de la arquitectura
en eventos mediáticos
que sólo sirvieron al corto plazo de
la rentabilidad política de sus convocantes.
Hipnotizados por el frenesí de
los quince minutos de gloria warholiana,
los arquitectos acordaron
cambiar el hilo y los pespuntes
parar presentar sus mejores tejidos,
sus encajes más sofisticados.
En eso se ha convertido buena parte
de la arquitectura actual. Ensayaron
las mejores piruetas para dar sentido
a la futilidad de las propuestas,
eludiendo el Arco solicitado. Unos
aprovecharon la oportunidad para
cubrir parcialmente el circuito inte-
El no-arco
rior uniendo así colonias tan cercanas
y tan mal comunicadas como
la Condesa y Polanco. Otros crearon
un gran cráter que diera continuidad
al parque de Chapultepec peatonalizando
las conexiones en todos
los sentidos y liberando en el
aire el paseo de la Reforma. Hubo
los que aprovecharon la intervención
bidimensional de diseño urbano
para proponer unas torres que
dieran plusvalías al proyecto. Algunos
propusieron la construcción
de un sapo posnusclear y grafiteado
como sustituto irónico del arco imperial,
y los demiurgos del pasado
y el futuro unidos, quisieron levantar
un anillo de acero inoxidable
digno de un circuito de Fórmula 1.
Finalmente ganó el proyecto de
César Pérez Becerril con una esbelta
torre de corte barraganiano
que emerge del plano inferior de las
nuevas capas peatonalizadas que
unirán las discontinuidades de la
ciudad.
Los pasteles de los arquitectos
están servidos. Y quedan dudas en
el aire: si no estaban de acuerdo en
hacer un Arco ¿no deberían haber
cuestionado la pregunta?, ¿no habría
sido más honesto –y más eficaz–
decir no?, ¿no habría sido más
útil ponerse de acuerdo en no participar
en el concurso del arco que en
participar en el concurso del no-arco?,
¿se habrían prestado los artistas,
los teatreros o los empresarios
a participar en un baile como éste?,
¿habrían sido tan dóciles otros colectivos?
En ocasiones como ésta un colectivo
como el de los arquitectos
–cada vez más ornamental– debería
ser capaz de manifestarse como
el Bartleby de Melville, con un contundente
“preferiría no hacerlo”.



El posmuseo
febrero 15, 2009, 7:26 pm
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POR MIQUEL ADRÍA 22/11/2008

El Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), en la capital mexicana, pretende dejar atrás el modelo de museo destinado simplemente a mostrar sus tesoros. Obra del arquitecto Teodoro González de León, el nuevo centro de arte quiere que el visitante sea como un viajero

La obra más esperada del arquitecto Teodoro González de León (Ciudad de México, 1928), el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), se inaugura el próximo miércoles. Es el legado del rector saliente de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), Juan Ramón de la Fuente, y de su eficaz equipo liderado por Gerardo Estrada como promotor cultural junto con Felipe Leal como director de los nuevos equipamientos universitarios. Es también la obra que completa el conjunto cultural que conformó la segunda fase de la Ciudad Universitaria, paradigma de la arquitectura de mitad del pasado siglo, donde se funden la modernidad con la tradición prehispánica.

México es una ciudad colmada de museos. Si bien muchos de ellos reutilizaron edificios existentes -sobre todo coloniales- con bastante capacidad para adaptarse a nuevos usos, no fue hasta los años sesenta que hubo una irrupción de nuevos museos, en parte con la excusa olímpica de 1968. Así, se construyeron en poco tiempo el Museo de Antropología y el Museo de Arte Moderno, ambos de Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares (con Jorge Campuzano en el primero). En 1981 se completó la zona museística en el parque de Chapultepec con el Museo Tamayo, proyectado por Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky, y salvo pequeñas novedades no se construyó ninguno más hasta 1993 con el Museo del Niño, que diseñó Ricardo Legorreta.

El Museo Rufino Tamayo fue una síntesis de todo el repertorio abstracto de Zabludovsky y González de León de esos años, donde monumentalidad y discreción en el paisaje confieren la mejor expresión del talud, las rampas, la luz y el patio interior, acentuando la relación entre arquitectura y artes plásticas. A diferencia de los injertos museísticos que invadieron el pulmón verde de la Ciudad de México, éste desaparece en el paisaje, actúa sobre el vacío metropolitano sin mimetizarse, conservando el rigor y autonomía de la geometría. El museo está conformado por una serie de plataformas que responden a las distintas alturas de las salas de exposición, bañándolas de luz cenital. Como afirmaba Paul Heyer en la monografía de estos arquitectos, el museo «sigue la idea temática organizadora central de una construcción piramidal que logra un manejo diestro de un espacio altamente variable».

Siendo estudiante, Teodoro González de León ya fue coautor de los primeros trazos de la Ciudad Universitaria histórica. Con sus compañeros Armando Franco y Enrique Molinar proyectó una ciudad radiante de corte corbusierano que Enrique del Moral y Mario Pani, autores del plan maestro, incorporaron en su propuesta todavía beauxartiana.

Y casi sesenta años después, González de León completa con el MUAC la pieza que faltaba en el centro cultural que conformó la segunda fase de la Ciudad Universitaria. Un círculo envolvente contiene unos cubos de hormigón blanco iluminados cenitalmente, que se estructuran sobre un eje norte-sur y dos calles perpendiculares a éste. El eje vertebra la composición mandálica del proyecto y la nueva plaza articula el acceso al museo y a la sala Netzahualtcoyotl, a la par que saca a la luz la escultura La espiga, de Rufino Tamayo, hasta ahora oculta en medio de un estacionamiento. La fachada sur se diluye ante la plaza, sin tocarla. Es un plano inclinado a 45 grados de vidrio difuminado, que deja ver la plaza desde el interior a la vez que se protege de la incidencia solar. Longitudinalmente, los setenta metros de este plano inclinado arropan, a cubierto, los accesos al museo y la sala de conciertos. Dos calles interiores y cuatro patios definen la posición de las salas. Poco queda en la memoria del Museo Tamayo. La escala, el modo de ver el arte y una nueva neutralidad espacial los distancia. Las dimensiones de las salas recurren a un módulo de doce metros, con alturas de seis, nueve y doce metros. La luz cenital, articulada por un ingenioso doble rebote sobre planos inclinados, puede bloquearse, y buena parte de estos grandes volúmenes es susceptible de compartimentarse. No es un recorrido que hilvana salas de exposición, sino una secuencia intercambiable de contenedores de espacio. Algunos de ellos se expanden, más allá del límite circular, en audaces voladizos.

Las circulaciones verticales refuerzan el eje que enmarca el acceso y unen la planta del museo con el subsuelo. Junto a la entrada se ubica la tienda del museo y en el nivel inferior el auditorio, la mediateca y la cafetería. A través de los grandes ventanales de la mediateca, o de la ventana corrida de sesenta metros recortada sobre el cilindro envolvente con la perfección de un láser, se establece la relación con el paisaje volcánico, con cuya lava negra interactúa el hormigón blanco sin cincelar del edificio.

Ciertos sectores de la comunidad artística han criticado el proyecto por el carácter protagónico de su arquitectura. El rechazo a los museos mediáticos, convertidos en polos turísticos de fines del siglo XX que llenó de esperanza tantas ciudades perdidas en el mapa -deslumbradas por el efecto Guggenheim de Bilbao-, generó reacción entre los puristas del arte. Las virtudes de la caja neutra, que lejos de buscar el efectismo y la originalidad se refugia en los grandes espacios ausentes de autor, era el modelo que proponían. Sin embargo, el recién terminado MUAC, lejos de abrir una brecha entre arquitectos y museógrafos, comisarios y artistas, o ahondar en la confrontación entre la discreción de unos espacios dóciles y la arquitectura de autor, tiende a un cierto sincretismo entre neutralidad espacial y monumentalidad urbana.

Con esta obra, Teodoro González de León -que obtuvo este año la medalla de oro de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), distinción que junto con el Premio Pritzker son quizá los reconocimientos más importantes que se otorgan para la arquitectura en el mundo- no sólo aporta unas buenas lecciones de arquitectura, sino que crea nuevos espacios que transforman el desangelado Centro Cultural Universitario en un espacio urbano y hacen de la ciudad un lugar más deseable. Ahora que abre sus puertas para mostrar las joyas de la colección universitaria de arte contemporáneo será la ocasión para que la gente se apropie del museo.