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México le regaló un centro cultural a Bogotá
febrero 1, 2008, 5:07 pm
Filed under: Arquitectura Colombiana, Salmona

Enero 31 de 2008

Está en La Candelaria (calle 11 con carrera sexta) y ocupa un lote de 3.239 metros cuadrados. Su área construida, sumando los varios niveles y el parqueadero es casi el triple: 9.500 metros cuadrados.

Lo primero que uno nota en el nuevo edificio del Fondo de Cultura Económica de México en Bogotá es que, a pesar de su gran tamaño y de alzarse en pleno centro histórico, no produce un impacto que compita con la tradición arquitectónica del sector.

Eso, aunque el Centro Cultural Gabriel García Márquez, como fue llamado en honor a ‘Gabo’ por la entidad que depende del Ministerio de Educación de ese país, es de un tamaño considerable.

Ayer, esta obra póstuma del maestro de la arquitectura colombiana Rogelio Salmona fue inaugurada en un acto al que asistieron, entre otros funcionarios, la secretaria de Educación Pública de México, Josefina Vázquez Mota, y las ministras de Educación, Cecilia María Vélez, y de Cultura, Paula Marcela Moreno.

No vino García Márquez, pero el periodista y escritor Mauricio Vargas leyó un mensaje suyo. Además, se inauguró la exposición ‘Gabo del alma’, organizada por la Cámara Colombiana del Libro, basada en textos del escritor.

Así la galería, dos aulas y tres auditorios entran a formar parte de las áreas que ya recorren los bogotanos, como la gran librería del Fondo, que funciona desde el 15 de diciembre pasado y las dos plazoletas circulares con sus miradores y sitios de servicios.

Para el agregado cultural de la Embajada de México, Daniel Tamayo, responsable de los pormenores del evento, «este centro es el claro reflejo de la unión entre los dos países a través de la cultura».

Un lugar para gozar

El Centro se inscribe en un conjunto de edificios dedicados a la cultura, en un barrio por cuyas calles estrechas, con casas de dos pisos y aceras cubiertas por aleros, circulan alrededor de 150 mil estudiantes cada día.

A una cuadra están, por ejemplo, la Biblioteca Luis Ángel Arango, la Casa de Moneda del Banco de la República y el Museo Botero.
La arquitectura curva, el fácil acceso, los materiales a la vista con predominio de ladrillo y vidrio, en el exterior, y madera, en el interior, dan una sensación de austeridad y sencillez.

Las dos rotondas públicas, son amplias, permiten el aprovechamiento de la luz y protegen de los vientos que vienen del oriente.

Una tiene piso de ladrillos puestos en distintas formas, y otra, un gran espejo de agua, con fondo en piedra verde.

La rotonda principal, por donde se accede al complejo, está circundada por una pequeña corriente que desemboca suave en una fuente del acceso principal. Alberga un restaurante, una cafetería, un café literario y un banco.

Un aspecto importante son las rampas, por las que se puede acceder a las plazoletas circulares, a los auditorios y al pequeño mirador del segundo piso.

Desde este se aprecia un paisaje distinto de la capital, con la parte posterior de la Catedral Primada al occidente y parte de los cerros y casas hacia el oriente y el sur. Hacia el norte, la vista es opacada por edificios con fachadas posteriores deterioradas.

El costo de la obra, ejecutada en dos años, no fue divulgado ni por la Embajada de México ni por el Fondo. Prefieren decir que el Centro fue concebido por Salmona como una obra abierta al público, que la librería en el primer piso, también circular, tiene más de 1.200 metros cuadrados, una discotienda en el segundo, y un área para niños. Eso y más más de 50 mil ejemplares de su editorial y de otras en español la convierten en la más grande del país.

Así, el Centro se perfila como un espacio cultural que permitirá un encuentro tranquilo en medio del trajín bogotano.

Espacio para gozar

  • Área construida: 9.500 mts. cuadrados sobre 3. 239 mts. cuadrados de terreno.
  • Área de la Galería: 216 mts. cuadrados.
  • Área de la librería: más de 1.200 mts cuadrados.
  • Dos aulas para actividades educativas y tres auditorios con capacidad desde 20 hasta 300 personas donde es posible proyectar cine.
  • Parqueadero con capacidad para 45 vehículos.
  • Está rodeado, en un radio de dos kilómetros, por 29 universidades, 24 planteles educativos, 7 bibliotecas y 58 entidades de carácter cultural.
  • La población flotante en el sector, por día, es de millón de personas, 150 mil de elllas estudiantes.

Lo que dijo Salmona de su obra

«(…) Dediqué todos mis esfuerzos para poder insertar, en La Candelaria, centro histórico de la ciudad, una arquitectura urbana respetuosa, que entienda los deseos de bienestar y de goce y que exprese una modernidad consecuente con el lugar de la ciudad donde se encuentra, que cree espacios públicos sin barreras, apropiados para cada sitio y apropiables por todos.

«Quise hacer una obra abierta al encuentro, a la alegría…, a la sorpresa, a la meditación, donde la arquitectura volviera a su condición de símbolo, a jugar un papel importante en nuestra ciudad, no solo por su calidad constructiva y su implantación respetuosa en el lugar, sino también, y por qué no decirlo, por su belleza y significado.

«Una obra así pensada permite ciertas libertades, o mejor, las exige. Exige por ejemplo componer con espacios abiertos, ojalá sorpresivos, ricos en recorridos que pongan en evidencia la belleza del entorno, su contexto urbano, sus siluetas y paisajes, su imponente geografía, con transparencias entre sus partes, con sesgos y luminosidades recogidas por los muros o el agua que la recorre indiferente, como lo harán algunos de sus usuarios, y eso está bien.

«La arquitectura está hecha para ser vista, vivida y usada tanto por quien le pertenece, como por todas aquellas personas que son testigos de su presencia en la ciudad. La arquitectura es un bien común».



Cambios en Medellín
septiembre 9, 2007, 5:32 am
Filed under: Arquitectura Colombiana, Bohigas

ORIOL BOHIGAS 06/09/2007

La ciudad colombiana de Medellín ha sido publicitada durante mucho tiempo como un centro de graves conflictos, atribuidos a problemas generales y, en buena parte, a la delincuencia del narcotráfico relacionada de manera muy compleja con acciones revolucionarias reivindicativas, que han derivado en graves anomalías sociales. Pero quizás se ha insistido poco en unos hechos estructurales que han formado el escenario idóneo para esos desastres. En Medellín el 40% de la población vive en los llamados tugurios, unos guetos nacidos en el desorden y la barbarie de una autoconstrucción incontrolada, sólo habitables en condiciones infrahumanas. En paralelo, el grupo social más adinerado ha organizado sus propios guetos: unas áreas en forzado aislamiento que no llegan a constituir auténticos barrios, no sólo por su especificidad social, sino tampoco por la ausencia de un entramado de espacios y equipamientos públicos significativos. Sólo una pequeña parte de la población vive en los restos salvables de la reducida área que todavía puede interpretarse como ciudad. Así, una colectividad de más de dos millones de habitantes vive prácticamente subdividida en varios guetos que, por razones opuestas, no alcanzan las mínimas condiciones de habitabilidad -seguridad, cohesión, información, etc.- con un carácter definitivamente urbano.

Desde hace pocos años, el actual equipo municipal de gobierno -con el alcalde Sergio Fajardo y un grupo de técnicos pilotado por Alejandro Echeverri- ha iniciado un plan de reforma social de la ciudad, basado primordialmente en una reconstrucción urbanística. Es un hecho importante y un intento de gran trascendencia para las experiencias urbanísticas y políticas contemporáneas.

Una primera línea de este plan parte de la atención puntual a los graves problemas de las comunas, es decir, de los tugurios de autoconstrucción, absolutamente aislados, situados -como en Río, Bogotá, Lima y tantas ciudades latinoamericanas- en terrenos escabrosos, desurbanizados, inasequibles y sin servicios. La estrategia ha sido empezar con la construcción, en medio de la comuna, de un centro de actividad colectiva: un parque o una plaza que incluye un equipamiento plurifuncional -escuela, biblioteca, centro cívico- de elevada calidad arquitectónica y a la que llegan los terminales de los nuevos transportes públicos, a pesar de las casi insalvables dificultades topográficas y a la impenetrable densidad de las chavolas. Muchas líneas de estos transportes han tenido que adoptar sistemas muy radicales como el llamado metro-cable, un sistema teleférico de cabinas que acceden a la montaña desde el centro de la ciudad.

Con la coincidencia del transporte público y la nueva área cívico-cultural se consigue una centralidad de uso casi obligatorio que está produciendo un efecto de cohesión social donde prácticamente no existía. El mismo efecto se está logrando con la construcción de puentes de enlace entre comunas vecinas, hasta ahora siempre separadas por profundas vaguadas que han sido escenarios de violencias vecinales y que ahora empiezan a ser centros de concordancia y participación.

La segunda línea es la de la jerarquización y dignificación del espacio público y los sistemas viales de lo que podríamos llamar sectores urbanizados. También esta línea se enfoca con actuaciones simultáneas: construcción de grandes equipamientos metropolitanos -palacio de convenciones y ferias, teatro, biblioteca central, etc.-, creación de una red de transporte público de manera que no sólo sea funcionalmente adecuado, sino que, además, aporte una lectura coherente, comprensible, de aquella parte de ciudad que todavía puede ser representativa de una nueva cohesión social.

Otra consideración importante: la nueva arquitectura -en las comunas y en el centro urbanizado- es de una calidad sobresaliente, alejada de cualquier populismo e incluso de cualquier pintoresquismo, atenta a una pasada tradición colombiana de modernidad, al cobijo de maestros que marcaron una época brillante con nombres tan significativos como Salmona, Bermúdez, los lecorbusianos de su época y una estela que ahora está dando sus segundos frutos. Esta exigencia de calidad, a pesar de los apuros y de las necesidades urgentes, está participando en la creación de una nueva autoestima colectiva.

Hay que observar atentamente la evolución de todas estas actuaciones, no sólo para comprobar sus resultados, sino para tener nuevos testimonios respecto a la eficacia social de la reconstrucción urbana en un lugar que ha sido tan conflictivo como Medellín. ¿Hasta qué punto será un elemento crucial y quizás definitivo en el logro de una elevada convivencia, una reducción de conflictos mortales, una elevación de la civilidad? ¿Hasta qué punto la operación urbanística reforzará e incluso provocará las indispensables medidas públicas para asegurar un nuevo orden social? ¿No hay que temer, incluso, una posible banalización de ese urbanismo que tan acertadamente prefiere transformar la realidad a derribarla, ofreciendo el conformismo de lo pintoresco como un sustituto de los cambios radicales? ¿Será posible mejorar la vida de esa multitud sin cambiar de golpe toda la estructura residencial? Sería lastimoso que el metro-cable, por ejemplo, se convirtiese en un sistema turístico para contemplar desde el aire, sin contaminarse, la belleza pintoresca de la vida aglutinada, espesa pero vibrante, del tugurio con sus habitantes mal alojados.

Oriol Bohigas es arquitecto